NUESTRA HISTORIA
La historia de nuestra familia comienza en las colinas escarpadas del
sur de Italia. Giovanni De Maio nació en Torca, un pueblito de
pescadores cerca de Nápoles. Allá hacía su propio vino para consumo de
la familia, como era tradición en la época. Poco después de la Primera
Guerra Mundial, se instaló en Uruguay con sus cuatro hijos y, en cuanto
pudo, adquirió un viñedo en la zona de Barros Blancos, cerca de donde
está Casa Grande.
Su hijo Gaetano continuó el oficio de
viticultor y construyó en Rincón de Carrasco la casa grande que hoy da
nombre a nuestra bodega, a la que rodeó de viñedos. Vendía las uvas y
guardaba un poco de moscatel y de nebbiolo para hacer, como su padre, el
vino que consumía la familia.
De los tres hijos que tuvo
Gaetano, el menor, Washington, fue quien dio continuidad a la tradición
familiar. Desde 1976 es el alma del viñedo en el camino de Los Horneros.
Creció en él y en él pasa cada uno de sus días. En aquel entonces,
varias familias se dedicaban a la producción de uva y vino en la zona.
Hoy, Casa Grande se erige como un emblema de la resistencia de los
pequeños productores familiares que no ceden a las presiones del mercado
y los avatares de la economía.
Poco después de comenzar a
ocuparse del viñedo familiar, Washington se unió a Francesca, hija de
otros inmigrantes italianos, Rachele y Giuseppe Dito, provenientes de
Verbicaro, una comuna de la región de Calabria. De allí, ellos trajeron
el amor por los platos simples –aunque ricos en aromas y sabores– de la
cocina local y un montón de recetas tradicionales. Mientras Washington
reconvertía el viñedo mejorando la producción con nuevas cepas
viníferas, a partir de 1987, Francesca desarrollaba su amor por la
cocina y por el arte, dos pasiones que hoy se integran al proyecto de
bodega Casa Grande.
Del matrimonio nació Fabrizio, hoy ingeniero
agrónomo, y en el mismo año en que se inició la reconversión del viñedo,
nacía Florencia. Aún vivía el abuelo Gaetano, que primero miraba con
ojos desconfiados la llegada de la modernización, pero rápidamente
apreció las virtudes de los nuevos desafíos técnicos. Florencia estudió
enología y en 2013, ya sin el abuelo, en el viejo galpón donde Gaetano
guardaba sus herramientas, comenzó la hermosa aventura de instalar una
bodega. De hacer sus propios vinos, pero ya no solo para compartir con
la familia, sino para ofrecerlos a un mercado de consumidores cada vez
más exigente. Comenzó así una pequeña bodega garaje, que mantenía el
espíritu familiar y el trabajo artesanal.
En pocos años, fruto
del estudio y las ideas de Florencia, y del esfuerzo conjunto de la
familia, Casa Grande logró una aceptación creciente de sus vinos en el
mercado local. En 2017 comenzaron las exportaciones a Brasil y llegó el
reconocimiento de la crítica especializada